La Universidad de Oviedo se suma a la celebración con una selección de creaciones de poetas de la institución
Amo de las tierras
la parte alta ya las nubes
buscando cielos intanxibles.
Amo esa l.l.uz purísima del branu,
d'ande nacen las sombras.
Febreiru licuándose en mofu
nos caminos. La nieve
qu'adormez las siendas.
De los homes, l'esfoutu
en volver a construyilas,
de los caballos,
la quelina al vientu.
Carmen Adams, vicerrectora de Extensión Universitaria y Proyección Cultural, ha seleccionado "Escribir el miedo es escribir", de Olvido García Valdés, licenciada en Filología Románica por la Universidad de Oviedo y Premio Nacional de Poesía en 2007.
Escribir el miedo es escribir
despacio, con letra
pequeña y líneas separadas,
describir lo próximo, los humores,
la próxima inocencia
de lo vivo, las familiares
dependencias carnosas, la piel
sonrosada, sanguínea, las venas,
venillas, capilares.
El director de Área de Proyección Cultural de la Universidad, José Antonio Vega, se queda con "Eruditos en campus", que se puede ver en la imagen que acompaña a estas líneas, obra de Ángel González.
Son los que son.
Apacibles, pacientes, divagando
en pequeños rebaños
por el recinto ajardinado,
vedlos.
O mejor, escuchadlos:
mugen difusa ciencia,
comen hojas de Plinio
y de lechuga,
devoran hamburguesas,
textos griegos,
diminutos textículos en sánscrito,
y luego
fertilizan la tierra
con clásicos detritus:
alma mater.
Si eructan,
un erudito dictum
perfuma el campus de sabiduría.
Si, silentes, meditan,
raudos, indescifrables silogismos,
iluminando un universo puro,
recorren sus neuronas fatigadas.
Buscan
-la mirada perdida en el futuro-
respuesta a los enigmas
eternos:
¿Qué salario tendré dentro de un año?
¿Es jueves hoy?
¿Cuánto
tardará en derretirse tanta nieve?
También de Ángel González es "A la poesía", el poema elegido por Araceli Iravedra, directora de la Cátedra Ángel González de la Universidad de Oviedo.
Mediodía en el campus.
A la sombra ligera de una morera blanca
estudian en el césped unos jóvenes.
Sus apuntes cultivan, minuciosos,
retículas de nieve sobre el verde caliente,
y en sus gafas oscuras
brilla la claridad de los que ven más lejos.
Se tumban. Boca arriba,
sus cristales devuelven el azul que contemplan
con un lago minúsculo en los ojos.
Si se sientan en corro, son un collar veloz.
La luz que se derrama desde el cielo de junio
se enreda entre las hojas del moral
y arroja en la penumbra
un breve enjambre de monedas de oro
que en sus pieles joviales
imprime tatuaje incandescencia.
El tiempo no transcurre
porque no les importa.
De sus labios,
a menudo, flexibles brotan viejas palabras
que áridos eruditos
en noches pensativas concibieron
como crece un amor.
Sonrientes, concentrados, en el prado
la primavera última es su reino
porque es el tiempo de la intensidad
y, solo así, de los estudios nobles.
Comienza a hacerse frío
su cobijo de hierba.
Y, sin embargo,
no importa que la noche se aproxime
porque más duradera es la lección
de su estudio salvaje.
Junto al sol, bajo un árbol, rodeados
de amigos y de libros, unos jóvenes
saben alegre la sabiduría.
Ignacio González del Rey, del Departamento de Derecho Privado de la Universidad de Oviedo, nos deja esta obra suya:
Xaime Martínez Menéndez, del Departamento de Filología Española, comparte su "Interpretación cabalística d'un versu del cantar de los cantares".